Hace unos meses atrás, tuve la oportunidad de conocer al Ex-Viceprimer Ministro y Ex-Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel, Moshé Ya’alon. La única pregunta que le realicé en privado fue contestada con plena serenidad y claridad:“¿Cree que Netanyahu realmente puede sostener esta coalición de gobierno actual a corto o mediano plazo?” Su respuesta fue contundente: “No”. En aquel entonces, no solo Ya’alon se encontraba de “gira política” por Washington, DC tras anunciar su interés en asumir la posición de primer ministro de su país en las próximas elecciones, sino que acababa de ser cesado de su puesto como ministro de defensa.
En ese momento, pensé que Ya’alon estaba loco, o bien me estaba mintiendo. La seguridad con la que el actual Primer Ministro, Benjamin Netanyahu, se expresa y la manera en cómo parece dirigir a Israel nos puede llevar a creer que es él quien realmente define la agenda del país. Que Avigdor Liberman, Neftali Bennett y la retórica de los partidos que estos dos lideran son sólo juegos para entretener y dar titulares a la prensa. Pero no es así. Los acontecimientos recientes sobre la aprobación de un proyecto de ley para restringir la otorgación de alguna parte de Jerusalén a los Palestinos en un futuro acuerdo de paz es alarmante. Claramente, la propuesta israelí en una futura mesa en busca de un acuerdo al conflicto Israelí-Palestino, a lo máximo, propondría que en Jerusalén haya co-soberanía entre ambos bandos.
Algo así como lo que propusieron en el pasado los Ex-Primer Ministros, Ehud Barak y Ehud Olmert. Y aunque en el pasado Yasser Arafat rechazó esto, Mahmoud Abbas se ha mostrado más inclinado hacia apoyar esta propuesta. Abbas sabe que el conflicto está en su punto más álgido, y si no decide “agarrar” algo ahora, se podría quedar sin nada. Sin embargo, la nueva ley aprobada por la Knesset establece que para ceder alguna porción de Jerusalén se necesita el aval de 80 diputados. Por lo que sacar adelante la propuesta que acabo de mencionar sería un verdadero dolor de cabeza para cualquier futuro gobierno Israelí que impulse un acuerdo de paz que incluya el tema de Jerusalén. Esta nueva ley da la ventaja a la derecha-cada vez creyendo menos en ceder alguna parte de Jerusalén Oriental o de Cisjordania-de que si en el futuro son una minoría en el parlamento, el lograr un acuerdo de paz que incluya otorgar parte de Jerusalén sea casi imposible. Por otro lado, este tipo de leyes dan paso a que los Palestinos sean más reticentes a sentarse a la mesa a negociar y pone en peligro el rol de los Estados Unidos como mediador permanente de este conflicto. Aunque Estados Unidos amenace con cortar sus más de $600 millones de dólares a la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo, los Palestinos seguirán recibiendo ayuda financiera de estados o entidades claves como Turquía, la Unión Europea e incluso Israel. Es para evitar que Estados Unidos pierda protagonismo en el conflicto la razón por la que Netanyahu ha pedido a Trump que no lleve esta iniciativa acabo.
También, el recién aprobado proyecto de ley para la prohibición del funcionamiento de los pequeños comercios israelíes durante Shabbat y el precedente que se ha establecido al aprobarse en primera lectura un proyecto de ley para que los jueces-no de manera unánime-puedan aplicar la pena de muerte en tribunales militares contra aquellos acusados de terrorismo es sumamente preocupante. A pesar de ello, todo esto denota algo que a leguas es evidente: Netanyahu no tiene poder dentro de su coalición de gobierno.
Los advenimientos recientes me han confirmado que la contestación rotunda Ya’alon no eran exageraciones. Las medidas adoptadas antes mencionadas por la coalición de gobierno de Netanyahu demuestran que, en su afán por no perder el poder, ha impulsado políticas que indudablemente no van acorde con lo que él cree pero que necesita sacar adelante si no quiere sucumbir ante esta ola de auge derechista que vive Israel. Por eso apoya proyectos de ley e iniciativas que solo responden al bienestar electoral de los partidos de extrema derecha y partidos religiosos que conforman su coalición. El no apoyar estas iniciativas podrían llevar a Netanyahu y a su partido Likud a perder electores en estos dos polos partidistas.
Los patrones deliberantes de la sociedad israelí son muy particulares, y Netanyahu sabe que su carrera política va en declive. Los casos de corrupción recientes, junto con sus ambiciones políticas y personales, le han llevado a tomar medidas severas en contra de los refugiados y civiles africanos indocumentados en el país, a apoyar la movida de la embajada estadounidense (a sabiendas de que esto pudiera llevar a que las relaciones con los Estados Sunitas para contener el corredor iraní desde Teherán hasta Beirut se puedan enfriar), y a permitir que su partido apruebe resoluciones en favor de la anexión de Cisjordania. Netanyahu es consciente de todo esto, pero aún así, se da el lujo de llevar a Israel a no ser un estado judío, sino a ser un estado que vulnera los derechos humanos de aquellos que escapan de los conflictos étnicos en África y a ser un estado que no respeta los principios morales que nos han destacado como pueblo en el pasado. Considero que en vez de permitir que el establishment rabínico ultraortodoxo en Israel y el Ministerio de Absorción e Inmigración determine si alguien es judío o no en base a su color de piel, o el tipo de judaísmo que practica, debe ser un asunto de mayor preocupación para Netanyahu ésto que estar estableciendo relaciones diplomáticas con países africanos de poquísima tradición democrática y que no respetan los derechos esenciales de cualquier ser humano.
El Israel de hoy y el del futuro debe de apartarse de la corrupción, debe ser más plural y menos racial, y debe ser un estado consciente de que la solución no está en llenarse sus manos de la sangre de aquellos que le hicieron daño. Israel debe seguir dando lecciones en el área de las ciencias, tecnología y seguridad, pero no debe encarnar el odio con el que en el pasado nos intentaron borrar del mapa para vengarse. Israel debe de dar lecciones de acogida y no de repudio. Que aunque el 25% de la población de Bagdad en 1950 era judía y al año siguiente solo quedaba el 1% de ese 25%, y que a pesar de que luego del establecimiento de Israel en 1948 más de 850,000 judíos hayan sido expulsados de los países árabes, éste nuevo Israel del siglo XXI, efusivo y virtuoso, da un seno de tranquilidad a aquellos que más lo necesitan.
La sinfonía de la situación política actual en Israel no tiene color. Y no tiene un semblante de tonalidad visual porque Netanyahu no es ese líder que de manera unánime representa al pueblo judío y menos a los Israelíes. Por ende, aunque Netanyahu ahora use términos (al igual que Trump) como fake news, intente controlar ciertos medios de prensa para que le favorezcan y reciba puros de donantes multimillonarios, Bibi no puede liderar ese Israel del futuro. Cabalmente, su carrera política se desvanece cada día más y más.
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